«La reforma educativa bonaerense: un experimento fallido que condena a las próximas generaciones»
Por Sebastián Franco para Gran Aire.com
La reciente modificación en las secundarias bonaerenses no es un cambio progresista ni una solución a la crisis educativa: es un ajuste encubierto, una jugada política que sacrifica la calidad educativa en nombre de estadísticas limpias y discursos vacíos.
Una reforma sin fundamentos: la educación como botín político
El gobierno provincial anuncia estas medidas como un avance hacia la modernidad, pero ¿a quién beneficia realmente esta reforma?
Los gremios docentes denuncian que ni siquiera fueron consultados y que los cambios, lejos de responder a las necesidades del aula, parecen diseñados para encubrir el fracaso de la gestión educativa.
¿Reducir la repitencia y flexibilizar la evaluación significa más inclusión? ¿O es simplemente barrer bajo la alfombra la realidad de un sistema colapsado, en el que miles de estudiantes llegan al último año sin saber interpretar un texto o resolver problemas básicos de matemática?
“Esto no es modernización, es abandono. Le quitan a los docentes herramientas para enseñar y, encima, los responsabilizan por el desastre que provocan desde arriba”, dispara Sebastián Franco.
El verdadero objetivo: maquillar las cifras del desastre
El eje de la reforma no es la educación, sino las estadísticas. Si hay menos estudiantes repitiendo, los indicadores mejoran en los informes oficiales. Si el título secundario se vuelve un trámite administrativo, el sistema parece inclusivo.
Pero la realidad es mucho más cruda: los estudiantes salen de la escuela sin herramientas para enfrentarse al mundo laboral o continuar estudios superiores.
“No se puede hablar de inclusión si el título secundario no vale nada. Estamos formando generaciones condenadas a la precarización laboral”, sentencia Sebastián Franco, referente político de La Libertad Avanza.
¿Quién se hace cargo del fracaso?
Los docentes, una vez más, quedan atrapados en el fuego cruzado. Sin recursos, sin capacitación y sin voz en las decisiones, son quienes deben implementar estas reformas mientras intentan salvar a sus estudiantes del naufragio.
“Les exigen que reinventen la educación con pizarrones rotos, sin conectividad y en aulas sobrepobladas. ¿Cómo se supone que los docentes van a enseñar con estos cambios si ni siquiera cuentan con lo básico?”, se pregunta el referente libertario.
Por su parte, los estudiantes son los grandes olvidados. Mientras las autoridades se jactan de estar construyendo un sistema más inclusivo, la brecha educativa no deja de crecer. La falta de exigencia y los contenidos diluidos benefician solo a los sectores más privilegiados, que siempre tendrán acceso a educación de calidad en el ámbito privado.
La urgencia de una resistencia activa
Esta reforma no puede ser vista como un simple desacierto: es un ataque frontal a la educación pública, un intento descarado de convertir a las escuelas en fábricas de certificados vacíos.
Los docentes, estudiantes y familias deben movilizarse para exigir que las decisiones se tomen con responsabilidad, basadas en datos reales y en el conocimiento de quienes viven el sistema educativo día a día.
La educación no es un campo para la improvisación ni para experimentos políticos. Si esta reforma avanza sin oposición, el futuro de las próximas generaciones estará hipotecado.
¿Vamos a seguir permitiendo que las autoridades jueguen con el destino de millones de estudiantes?